martes, 6 de octubre de 2009

Estaba vacía, techos altos y paredes anchas, el modelo clásico de de la época; sorprendentemente el polvo parecía haberse olvidado de esta casa en particular. Encontré los muebles sin cubrir, cosa extraña pues el lugar lo había comprado mi padre hace ya varios años y recuerdo haber venido un verano durante mi infancia de vacaciones a Buenos Aires a ayudar a mi madre a cubrir todos los muebles con sabanas blancas y viejas que obtuvimos al cambiarlas por unas nuevas en la casa-hogar donde la abuela se quedaba, después de ese verano nadie había vuelto aquí.
Recientemente por cuestiones de trabajo que rebasaban mi habilidad para tomar decisiones me vi forzado a abandonar Santa fe y mudarme a Buenos Aires, aprovechando la compra que mi padre había hecho y de la cual todos parecíamos habernos olvidado llegué a esta casa durante una noche de inverno, un auto me trajo de la estación por una cantidad muy decente a pesar de la hora; encontrar está casa me trajo muchos recuerdos de aquella época en que la abuela aún viva y fue por eso que, a pesar del cansancio, decidí recorrerla toda.
La casa estaba tal y como yo la recordaba haberla dejado hace varios años, excepto por aquello de las sabanas en los muebles. Recordaba todas y cada una de las habitaciones, casi como si hubiera vivido aquí toda mi infancia, mis lugares favoritos para esconderme de mi madre y los niños que venían a jugar una vez por semana cuando ella tomaba el té con las vecinas, el largo pasillo y la puerta de roble maciza que entonces parecía ser la de un castillo medieval. Cuando pasé a la parte de atrás de la casa, buscando el que fue mi cuarto aquel verano, la puerta se cerró justo detrás de mí. Oí como si alguien pasara la llave e inmediatamente intenté abrirla, pero en efecto la puerta estaba cerrada con seguro y no pude salir por ahí, rápidamente y preocupado de que alguien hubiera entrado a mi casa (cosa que explicaría porque los muebles no estaban cubiertos), salí por una ventana trasera y fui a la policía.
Me atendió un sargento que me refirió a un cabo para que me acompañara a la casa, frente al zaguán tocamos por varios minutos, nadie contesto, -¿no le dio la dirección al sargento?- me preguntó, yo le expliqué que no era de Buenos Aires y no sabía la dirección de memoria y que la había olvidado dentro de mi maleta dentro de la casa. Intentamos entrar pero la puerta estaba cerrada al igual que la ventana por la que yo había escapado minutos antes. El cabo, después de esto me contó que el había crecido en la colonia y que su abuela siempre le contaba historia de fantasmas que habitaban esa casa, -Dos hermanos que nunca se casaron porque vivían para cuidar su casa ¿No será que usted les cae mal?- Se rió y más cuando le dije que estaba seguro que los fantasmas no limpiaban el polvo. Esa noche dejarlo por la paz, dormir en un hotel y por la mañana visitar a un cerrajero, de cualquier modo tenía el traje que levaba puesto y los que guarde en el guardarropa del aeropuerto.
Por el trabajo varios días pasaron antes de que pretendiera volver a poner un pie en esa casa. Hasta que cierta tarde que tuve libre y harto de tener que pagar un cuarto de hotel cuando yo era dueño de una casa para ocho o nueve personas fui directo al barrio con un cerrajero, busque al cabo para que me acompañara de nuevo por si había cualquier problema y en menos de cinco minutos estábamos dentro pagando al cerrajero.
No hayamos a nadie en todo el lugar, la puerta que conectaba atrás estaba aun cerrada y no pudimos abrirla por toda esa noche, al pasar las horas ofrecí al cabo prepararle un café que había venido cargando en mi maleta desde Santa fe. Los muebles de la cocina estaban vacios, no puede hallar un pedazo de bajilla en toda la cocina, sólo un pocillo y una matera vieja Cuando encendí la flama de la estufa escuche la puerta de la cocina cerrarse y después la puerta del Zaguán.
Abrimos la puerta de la cocina, la puerta de atrás también estaba abierta y todos los muebles estaban cubiertos de polvo, como si nadie hubiera estado allí por varios años.
-Deben habernos visto y se fueron, señor. No creo que vuelvan pero puedo pedir que le manden vigilancia si así quiere.
No acepté, para estas alturas había entendido que ya no era necesario y que no había nada que pudieran hacer por mí.

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